martes, 15 de octubre de 2013

Reseña de María Alcantarilla en Facebook

A veces tenía la sensación de que la postilla de mi mano estaba a punto de desprenderse”. He ahí Tartini. El músico. El maestro. El huido. El buscador sin fondo para el que la vida, a la manera Jungiana, es un mero punto de apoyo —y en esto, me atrevería a decir que, casi, como para el autor mismo—. Pérez Zúñiga,  tras siete —curioso número— años de trabajo, nos trae el retrato de una sociedad que convulsiona en torno a sí —o sobre sí—: la sociedad gestada en el individuo peleando contra su propia identidad —y ahí, curiosamente, podemos vernos todos. De nuevo el de  Zürich—. ¿Qué postilla, qué brazo y, sobre todo, qué composición puede salvar a alguien de su yo más hondo? Algunos, muchos, la han tachado de novela histórica, fantástica; una novela de tintes contemporáneos pero La fuga del maestro Tartini es, además de todo, un excelente, un atento Tratado sobre el Yo y sus principios —añádanle finales, es lo mismo—. Pérez Zúñiga —esto ya lo ha demostrado con creces en sus anteriores trabajos—, sí es un auténtico maestro: un Humanista. A través de Tartini y sus anejos, cincela un planteamiento escurridizo en las artes, que ya intentase definir Valéry en su Poética y es que “atravesamos solamente la idea de perfección como la mano corta impunemente la llama; pero la llama es inhabitable y las moradas de la serenidad más elevada están necesariamente desiertas”. O, en el caso que nos ocupa y con la voz del italiano —o el de Granada—: “todavía crees que te bastas a ti mismo para conseguirlo”. Tartini —Pérez Zúñiga— se sueña a sí y se pretende. Pero, en esa cansina pretensión de hallarse, de encontrar el modo de Ser, ha de saltar —sufrirse en conciencia— por encima de otros tantos añadidos: personas, sentimientos, obligaciones que los otros, el Mundo, tachan de necesarias. Así es que, dos voces, dos ritmos, dos maneras de hablarnos o de hablarse a sí mismo y a ese capricho —quizás no— de llegar a entender(se). Todo, absolutamente todo, es un útil y una amenaza para la individualidad del Maestro porque, en el hecho de buscar tan hondamente le(nos) sorprendente, a menudo, otra labor menos concisa y menos grata: la mesura. ¿Es el artista egoísta por antonomasia? Estas memorias, este —como he dicho— exquisito tratado humanístico nos expone. Nos llama a la pregunta. Nos interroga como lector y como Hombre: ¿Existe de veras, podemos encontrar —sin olvidarnos del Globo— la provocación, la fuerza ingobernable, la locura grave de esetercer sonido que también nos puebla a todos?. 

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